Por María Rodríguez Rodulfo, psicóloga especialista en intervención infanto-juvenil
Ser adolescente nunca ha sido fácil. Montañas rusas de emociones, cócteles explosivos de hormonas o seres inteligibles son algunos de los conceptos que se utilizan en sociedad para definir la identidad adolescente. Sin embargo, estos no dejan de crear una mirada estigmatizante y alejada de la comprensión de estos años tan importantes para el desarrollo todas las personas.
En el imaginario colectivo, siempre hemos entendido la adolescencia como una etapa de transición hacia la vida adulta. La dibujamos como un momento esencial en el que se adquieren responsabilidades y se moldea la madurez. Los/as adolescentes están abocados/as a tomar decisiones: con quién me relaciono, qué voy a estudiar, a qué me dedicaré en un futuro, cuál es mi rol en la familia y (la pregunta del millón) quién soy.
Estos interrogantes no son exclusivos de la adolescencia, ya que, como personas adultas, sabemos que todas esas preguntas nos acompañarán a lo largo de la vida. A día de hoy, gracias a la sensibilización social sobre la salud mental, sabemos que está bien tener dudas y ser flexibles para adaptarnos a los cambios venideros. Cambiar de trabajo, una mudanza o formar una familia son ejemplos cotidianos de situaciones que nos exigen reajustar nuestras expectativas.
El quid de la cuestión
A pesar de ello, los requerimientos que hacemos a nuestros/as adolescentes son mucho más férreos e inflexibles. He aquí el quid de la cuestión. En un intento por promover una vida feliz y libre de sufrimiento, estamos construyendo un remedio peor que la enfermedad. No son pocas las veces que, en el trabajo diario de intervención, las familias y profesionales cercanos/as trasladan su preocupación por que el/la adolescente en cuestión tenga un buen futuro asegurado, con una plaza en una universidad de prestigio y un lejano puesto de trabajo estable y duradero. Enfocamos tanto la mirada en el futuro adulto, que se nos olvida el presente adolescente, y es en ese olvido en el que surge el verdadero sufrimiento.
La adolescencia necesita ser escuchada para entender sus necesidades. Tenemos la tarea de romper el “eso son tonterías de la edad” que nos ha sido transmitido generación tras generación para promover una comprensión integral de lo que significa ser adolescente en el contexto actual. En este aprendizaje habitaremos los espacios de socialización virtuales, las primeras relaciones afectivas y los primeros fracasos vitales. Es una tarea que, a priori, puede resultar insignificante, pero que en realidad marca la diferencia para sentar las bases de lo que será una persona adulta competente.
Sobre María Rodríguez Rodulfo
Psicóloga especialista en intervención infanto-juvenil para la prevención de violencia de género y violencia sexual. El interés por la generación Z y la tecnología le llevan al trabajo con familias, profesionales, niñas/os y adolescentes en la promoción del buen trato. En 2022 fue galardonada por el trabajo de “Prevención de la violencia en la infancia y adolescencia a través del desarrollo afectivo-sexual saludable en centros educativos” en el III Congreso Andaluz de Coeducación.
Estimada María,
Espero que te encuentres bien. En primer lugar, permíteme felicitarte por tu reciente publicación; quiero expresar mi total concordancia con las ideas que has presentado.
Mi nombre es Azael y ejerzo como trabajadora social. A lo largo de los últimos dos años, he tenido la oportunidad de trabajar con menores y adolescentes, lo que me ha permitido aproximarme de manera más profunda a las inquietudes de estos jóvenes. Basándome en mi experiencia, que, aunque breve, ha sido intensa, puedo afirmar que aproximadamente 8 de cada 10 menores sienten que sus voces no son escuchadas por sus familias. Este desapego que experimentan tiene un impacto negativo en su desarrollo tanto a nivel educativo como social.
Estos menores experimentan un profundo vacío en sus vidas debido a la percepción de que sus progenitores minimizan sus problemas. Como has mencionado en tu publicación, en ocasiones, los padres se centran más en la imagen del hijo o hija que aspiran a que sean en el futuro en lugar de valorar y comprender al niño o niña que son en el presente.
Considero que existe una brecha significativa en la comprensión y el respeto que los progenitores brindan a sus hijos, y mientras no cambien la dinámica de su relación, será difícil alcanzar mejoras significativas. Los entornos educativos, donde estos menores pueden encontrar un espacio para ser ellos mismos (o no), y donde tienen cierta autonomía, a menudo se ven contrarrestados por el regreso a sus hogares, donde vuelven a enfrentarse a ese vacío que no logran comprender ni colmar.
Gracias por brindarme la oportunidad de compartir mis reflexiones sobre este tema. Estoy ansioso por conocer tu opinión y debatir más a fondo sobre esta cuestión en el futuro.
Atentamente,
Azael Martínez Caro