Por José Antonio García Serrano, vicesecretario y vocal de Igualdad y Perspectiva de Género del Ilustre Colegio Oficial de Psicología de Andalucía Oriental.
En el viaje de la vida, cada persona carga consigo una mochila única, tejida con hilos de experiencias, desafíos y alegrías. Sin embargo, en la travesía de la salud mental, las mujeres enfrentan una mochila que, aunque similar en su construcción, está bordada con los matices y desafíos únicos que impone una sociedad marcada por las diferencias de género. Explorar el contenido de esa mochila revela no solo las cargas individuales, sino también las pesadas piedras de las expectativas sociales y las espinas de la desigualdad, haciendo que el camino hacia el bienestar sea una búsqueda profundamente feminista.
Hablar de salud mental de las mujeres es adentrarse en un mundo doblemente invisibilizado. Por un lado, por hablar de salud psicológica en una sociedad que todavía sigue infravalorando esta importantísima esfera vital; y, por otro, hacerlo con una perspectiva diferencial y feminista desde la igualdad de oportunidades. Un doble reto necesario para abordar la salud en general de una manera integral.
En primer lugar, hay que poner de manifiesto que la salud de mujeres y hombres es diferente. Tenemos diferencias de sexo que implican distintas maneras de funcionar de las células y órganos de nuestro cuerpo, más allá de las diferencias de los aparatos reproductores. Entender esta diferencia es crucial para atender de manera diferencial a las distintas necesidades y especificidades que mujeres y hombres pueden presentar en salud.
Por otro lado, hay que poner sobre la mesa las desigualdades de género en salud, para hablar de aquellas situaciones de disparidad producidas por variables y condicionantes sociales que conllevan oportunidades diferentes para mujeres y hombres en aspectos relacionados con la salud como riesgos para enfermar, frecuencia de enfermedad, discriminación en el acceso y calidad de la atención, y más situaciones.
Teniendo estas dos premisas, y acercándolas a nuestro terreno más cotidiano podemos plantearnos preguntas ¿Por qué las mujeres viven más que los hombres en términos generales? o ¿cómo es la salud de las mujeres a lo largo de su vida? Haciendo un análisis desde estas diferencias y teniendo en cuenta estas desigualdades pronto detectaremos lo que se conoce, por ejemplo, como la paradoja de la mortalidad, dónde las mujeres viven más y peor que los hombres. En este sentido, algunas autoras afirman que “los hombres mueren de sus enfermedades, mientras las mujeres tienen que vivir con las suyas”.
Esta pregunta y muchas otras más se pueden y deben realizarse en el ámbito de cualquier profesión sanitaria, porque la salud es diferente y también desigual, y hay que ‘pararse’ a aplicar esta perspectiva de género también dentro de cada ciencia y profesión.
Además, y como refería al principio, no vamos a hablar sólo de salud de las mujeres, sino que vamos a hablar de salud mental. La Organización Mundial de la Salud define la “salud” como el estado completo de bienestar físico, psicológico y social, y no solamente como la ausencia de afecciones o enfermedades. Por ello, lo psicológico, que hasta hace relativamente poco no era un tema trascendental en salud, y que ahora se urge como uno de los más importantes; también requiere de una mirada diferencial y feminista.
Las mujeres, según las Encuestas Nacionales de Salud, año tras año duplican los diagnósticos relacionados con trastornos de ansiedad y depresión. Son ellas las grandes consumidoras y recetadas de antidepresivos y ansiolíticos, aún por causas inespecíficas; son el rostro de trastornos relacionados de la Conducta Alimentaria como la Anorexia y la Bulimia; y ser las que titulan fenómenos como el “malestar de las mujeres” por el que se denomina al hecho de que aproximadamente 8 de cada 10 pacientes que acuden a Atención Primaria por síntomas para los que no se encuentran causa médica, como problemas de sueño, palpitaciones, cansancio, irritabilidad, dolor inespecífico, etc… son mujeres.
La salud mental de las mujeres y hombres es diferente y es desigual y esto se producen en parte por diferentes variables psicológicas, sociales y culturales que inciden de lleno en nuestra salud mental. Por ejemplo, en el caso de las mujeres, sabemos que la tasa de paro es mayor que en los hombres, y que acceden a puestos peor remunerados, generalmente parciales y temporales, que compatibilizan con una doble y triple jornada con el trabajo doméstico, por una ausencia de conciliación y corresponsabilidad real. Y además, todo desde la perspectiva de cuidar hacia fuera, al entorno y a la familia, y en menor grado, de autocuidado o focalización en las necesidades propias.
¿Acaso no son variables importantes a tener en cuenta de cara a construir una hipótesis diagnóstica y contextualizar un caso? Son situaciones que no son biológicas pero que limitan en gran medida las posibilidades la usuaria, que las limitan y en ocasiones dificultan y agravan, especialmente cuando el sentido de la responsabilidad y los “debería”, “tengo que” y “Si no lo hago…” están muy arraigados en la persona.
De hecho, en ocasiones, deberían ser variables importantes para despatologizar situaciones, entendiendo a las mujeres, la socialización diferencial y los mandatos sociales que hay para hombres y especialmente para las mujeres.
Los “Cómo deberían ser las mujeres y hombres” (mandatos de género) influyen en nuestra percepción y autoevaluación, imponiendo a las mujeres nociones de imperfección, pasividad, carga de problemas y defectos, así como fragilidad. Además, tienen un impacto en su forma de expresarse, promoviendo la expresión de malestar en lugar de enfado, y fomentando la tendencia a solicitar ayuda en servicios sanitarios mediante quejas, en ocasiones muy inespecíficas, como decir “tengo ansiedad en general” y que están relacionadas directamente con tensiones producidas por la desigualdad vivida.
En jerga cotidiana, “¿Cómo no va a estar estresada una mujer que trabaja horas, es la responsable del trabajo doméstico en casa, y en su defecto, la que supervisa la ejecución por parte de su pareja; dirige el desarrollo de niñas y niños, y atiende a personas dependientes?”. En este sentido, ahora estamos viviendo en consulta las consecuencias de la imposición social de la imagen de la “Superwoman” que puede con todo y más.
Por ello, tener una mirada feminista a la salud mental es fundamental para atender correctamente a la persona que tenemos delante, con su contexto, sus oportunidades y barreras sociales, y también con sus fortalezas y debilidades internas, producidas en parte por su desarrollo vital y social. Un desarrollo mediado por el “cómo deben ser las mujeres” y “Cómo deben ser los hombres”, que acaba en malestares diferentes, como que los hombres carentes de permiso para experimentar las emociones más allá de la ira tengan una tasa de suicidio que cuatriplica a la de las mujeres; y respuestas del sistema diferentes, como la sobre medicalización de las mujeres. También en oportunidades y amenazas diferentes como tiempo para conciliar, dónde dejar a las niñas o niños en ese momento, y poder acudir a consulta, dinero y capacidad económica para permitirse pagar una atención profesional o credibilidad y apoyo social para continuar con la misma.
Si nuestra atención tiene que ser individualizada, de las primeras variables que tengo que plantear es si estoy atendiendo a un hombre o a una mujer, y cómo eso puede afectar e influir de manera diferente y desigual en la evaluación, tratamiento y seguimiento de la problemática.
Si mujeres y hombres tienen una salud mental diferente, que además es desigual por variables sociales, no pueden entrar por el mismo molde.
La labor de la o el profesional es adaptarse a su paciente, su contexto y su problemática, por lo que aplicar la perspectiva de género en la atención psicológica es un requisito indispensable para saber estar a la altura.
Sobre José Antonio García Serrano
Jose Antonio García Serrano es un psicólogo multidisciplinar que ha integrado sus estudios en psicología con otras disciplinas como la educación, la sexología y la intervención social, siempre adoptando una perspectiva de género e igualdad.
Con un enfoque particular en la población infanto-juvenil, ha desempeñado roles tanto en el ámbito clínico, especializándose en evaluación e intervención, como en el ámbito psicoeducativo. Su experiencia abarca proyectos coeducativos de prevención, sensibilización y atención para estudiantes de primaria y secundaria. Además, ha brindado formación al profesorado, tanto en contextos formales como no formales, y ha trabajado estrechamente con las familias, considerándolas aliadas fundamentales en sus intervenciones.
García Serrano ha creado materiales didácticos para abordar las violencias machistas tanto dentro como fuera del aula. Su trabajo se extiende a la elaboración de diversas guías relacionadas con la salud desde una perspectiva de género, la atención a víctimas, la promoción de masculinidades igualitarias y la introducción del principio de igualdad de género en el ámbito empresarial, entre otros sectores y ámbitos.
Con una destacada trayectoria en el Instituto Andaluz de la Mujer como Coordinador de Programas, ha liderado la coordinación de diversos protocolos, planes y estrategias enfocadas en la atención a víctimas y la promoción del bienestar.
En la actualidad, ejerce como psicólogo de manera independiente y desempeña funciones en la Junta de Gobierno del Colegio Oficial de Psicología de Andalucía Oriental, ocupando los cargos de vicesecretario y vocal de igualdad y perspectiva de género.