En las últimas décadas, cuestiones como la fertilidad, la menopausia o la salud hormonal femenina han dejado de ser tabú para convertirse, en muchos casos, en productos de consumo. Las redes sociales, mediante estrategias de publicidad hipersegmentada, han perfeccionado la manera de dirigirse a mujeres adultas, especialmente a partir de los 35 o 40 años, con mensajes que apelan directamente a su salud, su cuerpo y su edad. Lo que antes se ocultaba por vergüenza, hoy se convierte en oportunidad de negocio.
Desde suplementos para equilibrar el cortisol hasta tratamientos de fertilidad o entrenamientos exprés adaptados a “mujeres sin tiempo”, las plataformas digitales bombardean a las usuarias con soluciones a problemas que muchas veces ni se habían planteado. La promesa siempre es la misma: controlar el cuerpo, vencer al envejecimiento y alcanzar un ideal de vida saludable… previo pago, claro.
Expertas en privacidad digital y análisis del discurso coinciden en que esta maquinaria se basa en el acceso masivo a los datos personales de las usuarias. A través de algoritmos, microtargeting e inteligencia artificial, las empresas logran identificar momentos de vulnerabilidad emocional y ofrecer productos o servicios como respuesta inmediata. El problema, advierten, es que ese bombardeo constante genera ansiedad, refuerza inseguridades y aumenta la carga mental de las mujeres, que ya sostienen múltiples exigencias sociales y familiares.
Nos prometen salud, pero nos venden inseguridad a plazos
La menopausia, por ejemplo, se ha convertido en un mercado valorado en miles de millones de dólares. Muchas campañas sugieren que si no se actúa a tiempo —con vitaminas, terapias o ejercicio específico— la vejez llegará como una sentencia irreversible. Esta “medicalización preventiva” se camufla de autocuidado, cuando en realidad perpetúa una narrativa de miedo y control sobre los cuerpos femeninos.
Aunque los hombres también están expuestos a presiones estéticas y de rendimiento, la diferencia es clara: ellos “maduran”, nosotras “envejecemos”. En ese sesgo cultural, aún muy arraigado, las mujeres deben invertir tiempo, dinero y energía en retrasar lo inevitable. Para muchas, la solución no pasa por desconectarse del mundo digital, sino por desarrollar una mirada crítica, informarse y cuestionar los mensajes que reciben. Como apuntan algunas voces expertas, más que prohibir la publicidad segmentada, es urgente educar en medios y revisar colectivamente las creencias que sostienen este sistema de consumo basado en el miedo.